Relato fantástico

REGRESO


Cuando despertó no reconoció la habitación ni el lecho en el que yacía. Pasaron unos instantes hasta que recobró la consciencia completamente y recordó dónde estaba: la habitación que había en la buhardilla de la casa de sus padres, su habitación. Ese techo a dos aguas en el que plasmó sus sueños y fantasías con infantiles bosquejos era inconfundible. De pequeña aquellas criaturas fantásticas y mundos secretos le habían parecido su obra de arte personal y los mostraba orgullosa ante todo el que fuera a su casa: los adultos sonreían y le acariciaban el pelo condescendientes, los demás niños se maravillaban, al igual que ella, al soñar con poder algún día visitar esos lugares. Si hubiera regresado a aquella casa y contemplado sus murales hace apenas tres años no le habrían inspirado más que recuerdos nostálgicos, los adultos no creen en fantasías, la vida no es como la ven los ojos de un niño. Sin embargo, en los últimos tiempos había descubierto que la pequeña Maya no había estado para nada equivocada...

Maya se sienta en la cama y pasea su mirada por el dormitorio. No había gran cosa: la cama en la que estaba sentada, un baúl de madera lleno de mantas y alguna que otra muñeca de trapo que su hermana y ella misma habían confeccionado en sus años más tiernos, un pequeño armario que ahora estaba vacío y una estantería con libros ajados, todos de segunda mano (o a saber cuántos dueños habían tenido antes que a ella).  Una sonrisa se abre paso en sus labios al encontrarse con todos aquellos recuerdos de sus años más felices. Había vivido con sus padres hasta que se fue a los diecisiete años, acompañada de su hermana Leira en busca de un futuro mejor. Ahora, cinco años más tarde, lamenta no haber vuelto antes para despedirse de sus padres... pero aun lamenta más no haber podido volver con su hermana; Leira es la mayor, pero, en cierto modo, Maya se siente responsable del destino que ha corrido...

La joven camina hacia la estantería, emocionada al recordar las aventuras que vivió leyendo aquellos libros. "Y yo pensaba que esto eran aventuras fantásticas... pobre ingenua, ni siquiera podría haber imaginado lo que me esperaba por vivir y descubrir." Empieza a hojear algunos, a quitarles el polvo. "A esta casa le hace falta una buena limpieza, debe de llevar ya más de cuatro años cerrada" se dice a sí misma al darse cuenta de que el tiempo pasa más rápido de lo que muchas veces nos gustaría. A muchos de aquellos libros le faltaba alguna página o tenían anotaciones de dueños anteriores, pero era precisamente por eso por lo que Maya los había amado tanto, a partir de cada palabra, cada nombre, la niña era capaz de inventar su propia historia. A menudo pasaba más tiempo imaginando la procedencia de los volúmenes que leyendo su contenido.

Dos o tres libros después sus ojos se topan con un objeto que no recordaba, lo coge y le sopla para quitarle la capa de polvo que lo oscurecía, dejando al descubierto los colores que, supuso, en su día fueron más vivos y brillantes. Se trataba de una figura que su hermana le regaló por su cumpleaños: un dragón de barro que ella misma moldeó y pintó. Maya fue la niña más feliz del mundo aquel día. Ahora lo mira detalladamente y se da cuenta de que apenas nada tenía que ver con la apariencia de uno real.
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La primera vez que Maya y Leira vieron un dragón fue unos dos años atrás, en las cordilleras del interior de la Selva Roja. A esas alturas de su viaje no les sorprendió tanto el ver a una criatura así por primera vez como el hecho de que ésta se encontrara tan al norte y alejada del mar. El dragón con el que se encontraron no se estaba en su época de mayor esplendor: parecía vencido por el peso de los años y sus escamas no eran relucientes como espejos, como explicaban todas las historias que habían leído y escuchado, sino que eran algo mates. Aun así les pareció el ser más imponente y majestuoso que nunca hubieran visto. El dragón se encontraba a la orilla de un lago, tumbado sobre su abdomen, respirando pesadamente, como si cada vez que introducía aire en sus ardientes pulmones realizara un esfuerzo hercúleo. Al principio pensaron en huir, estaban asustadas, pero la visión de aquel ser legendario las hipnotizaba y permanecieron allí largo rato, observando al dragón y cómo los reflejos del sol en sus escamas azul oscuro, casi negras, creaban diferentes dibujos con cada inspiración y espiración. Cuando el dragón se percató de la presencia de la hermanas miró hacia el punto en que éstas se encontraban y las distinguió entre la espesura. Después se levantó, hizo un movimiento con la cabeza que ellas interpretaron como un saludo y alzó el vuelo de un sólo impulso, pasando por encima de sus cabezas con un sólo batir de alas. La imagen de aquella criatura, sobrevolando sus cabezas con la ligereza de una pluma y con la luz del crepúsculo arrancándole reflejos plateados y azules, quedó para siempre grabada en sus retinas.
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-¿Quién eres tú? ¿Cómo has entrado?-una voz masculina y extrañamente familiar arrancó a la joven de sus recuerdos.

-¿Jarel? ¿Eres tú?- aventuró Maya.

-¿Maya? ¡Maya!

Ambos amigos corrieron uno a los brazos del otro, en busca de consuelo, de compañía y comprensión. Los dos lloraron de alegría por volverse a encontrar, pero también derramaron sus lágrimas por todos esos momentos en los que se habían necesitado y en los que no habían estado ahí el uno para el otro. Permanecieron sin hablar, simplemente abrazados durante un rato, hasta que los dos se miraron a los ojos aun llenos de lágrimas y comprendieron que aquel tiempo separados no había cambiado nada, que para su amistad todo seguía y seguiría igual.

- Tengo muchísimas cosas que contarte.- Se dijeron a la vez, fundiéndose en un nuevo abrazo.


AUTORA: Belena

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